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El derecho a soñar: cerrar y abrir los ojos (nov 2014)
Paco Bautista, SMA

Un saludo desde Vélez. Ahora estoy escribiendo algunos artículos. Muchos de vosotros agradecéis mis reflexiones. Yo agradezco vuestro interés de corazón. Intento, desde aquí (España) poner rostro a los olvidados, dar voz a lo no escuchados. Ellos son los protagonistas. Espero también que se estrachen lazos de comunión entre nosotros y que juntos caminemos, cada uno con sus talentos, en la dirección que Dios nos pide. Un abrazo..


CERRAR LOS OJOS

La jornada de trabajo había sido dura. Le pagaban poco o nada. Recibía más golpes que salario. El coltán era muy necesario para que en occidente no faltasen los móviles cada vez más sofisticados, los televisores de plasma, las tabletas, los libros electrónicos... también era utilizado en el negocio de la guerra tan ávida de armas. Pero eso no lo sabía aquel niño de once años. Sus pequeñas manos eran indispensables para entrar en los subterráneos de las minas y extraer los minerales con cuya aleación se producía el coltán.

Todo su cuerpo estaba dolorido cuando entró en su cabaña. Exhausto se quedó enseguida dormido encima de la estera. A los pocos minutos comenzó a soñar.


En su sueño contempló asombrado cómo los árboles del bosque cerraban sus ojos, el perro guardián de su casa cerraba sus ojos, y las gallinas, y los gatos, también lo hacían todos los animales de la selva. Cerraron también los ojos su papá, su mamá, sus hermanos y hermanas, todos los miembros del clan. Era como un contagio aquello de cerrar los ojos que nadie podía parar. Los cerraron también los capataces que lo golpeaban a diario. Hasta los políticos de su país (República Democrática del Congo) y los dirigentes de todos los países del mundo cerraron sus ojos.

El silencio invadió los corazones de todos en un largo periodo de tiempo que en aquel estado onírico era imposible de calcular. El silencio dio frutos de paz, serenidad, lucidez, dignidad, justicia.

La mamá llamó a José antes de las cinco de la madrugada. Tenía que llegar a las galerías para comenzar una nueva jornada de trabajo. Esto también formaba parte del sueño. Entonces el niño abrió los ojos, los árboles del bosque abrieron sus ojos, el perro guardián de su casa abrió los ojos, y las gallinas, y los gatos, también lo hacían todos los animales de la selva. Abrieron los ajos, su papá, su mamá, sus hermanos y hermanas, todos los miembros del clan. Abrir los ojos fue un contagio a la inversa que nadie pudo parar. Los abrieron los capataces que lo golpeaban a diario. Hasta los políticos de su país y los dirigentes de todos los países del mundo abrieron sus ojos. ¡Y, oh prodigio inexplicable!, a partir de aquel preciso instante las cosas cambiaron y todo fue completamente distinto.

Para que éste y otros muchos sueños se hagan realidad también nosotros necesitamos cerrar los ojos, pacificarnos, serenarnos, hacernos lúcidos, dignos y justos. Así al abrirlos de nuevo veremos como muchos muros se derriban, sobre todo los que se han levantado desde la caída del de Berlín, y veremos cómo las fronteras se diluyen y gana la humanidad terreno. Niños como José ya no tendrán que sufrir condiciones infrahumanas, ni tendrán que morir para que nuestro estado del buen vivir se mantenga.

Démosle una oportunidad al sueño, a la utopía, a la esperanza. ¡Para algo somos seguidores de Jesús! ¡Qué se nos note! Tenemos muy poco que perder y mucho que ganar. Los predilectos de Cristo, los pequeños, los olvidados nos lo agradecerán.

Un abrazo cordial, y que a pesar de lo sombrío del panorama, el desánimo no nos gane la batalla.

Siempre fraterno, Paco Bautista, sma.
Vélez de Benaudalla, 12 de noviembre de 2014.